Catalina Labouré nació el 2 de mayo de 1806 en el pueblo de Fain-lès-Moutiers, Borgoña, en el seno de una modesta familia de agricultores. Novena de once hermanos, creció en un ambiente de piedad. La muerte de su madre, cuando sólo tenía nueve años, marcó profundamente a Catalina. Se dice que, tras la muerte de su madre, Catalina tomó en sus brazos una estatua de la Virgen María y le dijo: "A partir de ahora, tú serás mi madre". Este acto simbólico marcó el inicio de una relación especial entre Catalina y la Virgen María. Desde muy pequeña, mostró un profundo deseo de servir a Dios. A los doce años, ya manifestó su intención de hacerse monja, pero tuvo que esperar hasta poder liberarse de sus responsabilidades familiares. Ayudó a llevar la casa familiar, sobre todo después de que su hermana se marchara para entrar en religión.
Ingreso en las Hijas de la Caridad
En 1830, a la edad de 24 años, Catalina Labouré ingresa en la Congregación de las Hijas de la Caridad, fundada por San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac. La congregación, dedicada a los pobres y los enfermos, era famosa por sus obras de caridad y su misión de ayuda a los más desfavorecidos. Catalina es enviada al noviciado de París, rue du Bac, en la casa madre de las Hijas de la Caridad. Allí pasaría la mayor parte de su vida religiosa y viviría experiencias místicas que cambiarían su destino y el de muchos creyentes.
Las apariciones de la Virgen María
En 1830, pocos meses después de su llegada, Catalina experimentó tres apariciones de la Virgen María en la capilla de la rue du Bac.
La primera aparición tuvo lugar la noche del 18 de julio de 1830. Catalina, entonces en oración, vio a un niño (que interpretó como su ángel de la guarda) que la guió hasta la capilla. Allí se encuentra con la Virgen María, sentada en una silla cerca del altar. María habla con ternura a Catalina, presagiando tiempos difíciles para Francia y la Iglesia. Esta conversación íntima entre la Virgen y Catalina está impregnada de dulzura y consuelo.
El 27 de noviembre del mismo año, la Virgen se aparece de nuevo a Catalina, esta vez con un mensaje concreto: le pide que haga acuñar una medalla según un modelo preciso, prometiéndole que "todos los que lo lleven con confianza recibirán grandes gracias." La visión de la medalla muestra a la Virgen María de pie con los brazos abiertos y rayos de luz que brotan de sus manos, rodeada por la inscripción: "Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti." En el reverso de la medalla aparece una cruz sobre la letra "M" y dos corazones, que representan los de Jesús y María. Esta medalla se convertiría más tarde en la Medalla Milagrosa, llevada por millones de creyentes en todo el mundo.
En diciembre de 1830 tuvo lugar una última aparición, breve y silenciosa, que reforzó la llamada de Catalina a la devoción mariana y la misión de hacer acuñar la medalla. A partir de entonces, se comprometió a difundir el mensaje de la Virgen.
Una vida de humildad y servicio
A pesar de sus experiencias místicas, Catalina Labouré llevó una vida sencilla y discreta. Decidió no revelar nunca que era la vidente de la Medalla Milagrosa. Incluso en su propia congregación, sus hermanas no sabían nada de su papel en las apariciones de la Virgen María. Sólo su confesor, el padre Jean-Marie Aladel, y algunas superioras conocían su secreto. Catalina se convirtió en una monja devota, al servicio de los enfermos y los pobres en los hospicios de la región de París.
Su humildad y discreción la llevaron a evitar los honores y el reconocimiento. Hasta el final de su vida, siguió siendo una monja ordinaria, que rezaba y servía en silencio.
Últimos años y canonización
Catalina Labouré pasó los últimos 46 años de su vida en la casa de las Hijas de la Caridad de Enghien-Reuilly, en París, donde siguió cuidando con compasión a ancianos y enfermos. Es conocida por su devoción y generosidad, pero nunca por las apariciones marianas de las que fue testigo.
Murió el 31 de diciembre de 1876, a los 70 años, dejando tras de sí una poderosa devoción a la Virgen María y un legado espiritual plasmado en la Medalla Milagrosa.
Canonización y reconocimiento
La causa de beatificación de Catalina Labouré se abrió en 1895. En 1933, tras una minuciosa investigación sobre su vida y virtudes, el Papa Pío XI la beatificó, reconociendo oficialmente su papel en la difusión de la Medalla Milagrosa y su ejemplaridad como monja. En 1947, fue canonizada por el Papa Pío XII, convirtiéndose en Santa Catalina Labouré.
Patrimonio e importancia de Santa Catalina Labouré
Santa Catalina Labouré es venerada como la santa de la Medalla Milagrosa. Su legado perdura a través de los millones de personas que siguen llevando esta medalla y que encuentran en la devoción mariana una fuente de consuelo y protección. La capilla de la rue du Bac, donde apareció, es hoy un lugar de peregrinación al que acuden cada año miles de creyentes para rezar y reflexionar. Su cuerpo, que permaneció incorrupto, se expone en esta capilla, signo de veneración y fe para los peregrinos.
La vida de Santa Catalina Labouré es un ejemplo de fe sencilla, humildad inquebrantable y profundo amor a la Virgen María. A través de su papel en la creación de la Medalla Milagrosa, dejó un poderoso testimonio de devoción e intercesión marianas, inspirando a generaciones de creyentes. Su vida es un recordatorio de que incluso las almas más discretas pueden lograr grandes cosas al servicio de Dios, y de que la fe y la confianza en la protección mariana pueden ofrecer consuelo y paz interior.
La Medalla Milagrosa de la Virgen María fue creada por la Virgen María en 1928.