San José es una de las figuras más misteriosas e importantes del Nuevo Testamento. Esposo de la Virgen María, padre adoptivo de Jesús, protector de la Sagrada Familia, él solo encarna la fidelidad, la discreción, la fuerza tranquila y la fe profunda. A menudo aparece en silencio en los Evangelios, pero su papel en el plan de Dios es inmenso. Su vida sencilla y oculta inspira a generaciones enteras de creyentes, y su ejemplo sigue siendo profundamente relevante hoy en día.
Padre de Jesús.
Un hombre justo
Los Evangelios hablan poco de José, pero utilizan una palabra clave para describirlo: "justo". Esto significa mucho más que un hombre bueno u honrado. Ser justo, en la tradición bíblica, es ajustarse a la voluntad de Dios, vivir según su ley, caminar humildemente con Él. José era un hombre que no hablaba mucho, pero que siempre actuaba con sabiduría, fe y obediencia. Siempre que Dios le habla, ya sea a través de un ángel o de un sueño, José responde con la acción.
No desafía, no pretende imponer su voluntad, sino que se pone al servicio de la misión divina con confianza, incluso cuando las circunstancias son incomprensibles o abrumadoras.
Esposo de María
José está prometido a María cuando descubre que está embarazada, aunque aún no han vivido juntos. Molesto pero respetuoso, decide repudiarla en secreto, para no exponerla a la vergüenza o a la lapidación, como hubiera exigido la ley. Pero un ángel se le aparece en sueños y le revela que el niño ha sido concebido por el Espíritu Santo. José, sin dudarlo, acoge a María y se convierte en el guardián del misterio de la Encarnación.
Con ello, se convierte en modelo de esposo fiel, respetuoso y cariñoso. Acepta vivir una misión única, en castidad, poniendo toda su vida al servicio de María y del Niño Jesús.
El padre adoptivo de Jesús
A José también se le llama "padre adoptivo" o "padre de acogida" de Jesús. No es el padre biológico del niño, pero lo cría como a su propio hijo. Lo protege, lo alimenta, le enseña un oficio y le transmite la fe judía. A través de él, Jesús aprende el amor, la ternura, el trabajo, la obediencia y la oración.
Es a José a quien se le encomienda la tarea de poner nombre al niño: "Le pondrás por nombre Jesús", dice el ángel. Este gesto es muy simbólico en la tradición judía, ya que dar un nombre significa reconocer al niño y acogerlo plenamente en la familia.
Un protector atento
En los Evangelios, José es el protector vigilante de su familia. Cuando se entera de que el rey Herodes intenta que maten al niño, huye de noche a Egipto con María y Jesús. Experimenta el exilio, la precariedad y el desarraigo. También aquí actúa con fe y discernimiento, guiado por Dios a través de los sueños.
Más tarde, vuelve a establecerse en Nazaret y allí cría a Jesús con sencillez. Trabaja como carpintero, oficio manual y humilde, y enseña a Jesús sus conocimientos. Vive en la sombra, pero su influencia en el crecimiento humano de Jesús es inestimable.
Un santo cercano a todos
José está cerca de todos: padres, trabajadores, hombres silenciosos, emigrantes, personas enfrentadas a lo inesperado. Es un modelo para quienes, como él, buscan hacer la voluntad de Dios en silencio, en lo cotidiano, en los gestos sencillos, en la fidelidad al amor.
La Iglesia le ha reconocido como patrón de los trabajadores (el 1 de mayo, en la fiesta de San José Artesano), patrón de las familias, patrón de la buena muerte (porque se dice que murió rodeado de Jesús y María) y, sobre todo, patrón de la Iglesia universal, porque igual que veló por Jesús, sigue velando por el Cuerpo de Cristo que es hoy la Iglesia.
José hoy
San José está siendo redescubierto hoy como una figura profundamente moderna. En un mundo que valora la apariencia, el ruido y el espectáculo, él nos recuerda el valor del silencio, del servicio y de la fidelidad en las cosas ocultas. En 2020, el Papa Francisco le dedicó una carta apostólica titulada Patris Corde ("Con corazón de padre"), en la que evoca la ternura de José, su creatividad ante las pruebas y su discreto coraje.
Invita a todos a dirigirse a José en la oración, a confiarle las dificultades de la vida, las elecciones que hay que hacer, las dudas, las preocupaciones. José no es un héroe lejano o inaccesible: es un padre cercano, un hermano en humanidad, un guía silencioso pero seguro.
Conclusión
San José es una de esas grandes figuras silenciosas de la fe cuya vida habla más alto que las palabras. No dejó escritos, no realizó milagros visibles, pero vivió con rectitud, confianza y amor. Contemplando su vida, todo el mundo puede encontrar un punto de referencia, apoyo e inspiración.
Nos enseña que la santidad no consiste en lo espectacular, sino en la fidelidad cotidiana, en acoger a los demás, en escuchar a Dios y en tener el valor de amar, incluso en las sombras. Esta es la grandeza de San José.
